De algún modo, todos, queremos dejar nuestra huella en el mundo. Aunque no lo hagamos de manera consciente, sentimos un deseo natural de decir: estuve aquí. Y, al ser seres mortales, cuyo paso por el mundo es transitorio, es perfectamente entendible que pensemos así. La biología nos permite alcanzar tal cometido mediante los genes; al trasmitirlos, de alguna manera, aseguramos nuestra permanencia. Podemos decir que los genes transmitidos son una especie de legado natural. Otra forma, artificial pero muy tentativa, de dejar un legado es haciendo algo extraordinario o memorable que perdure en la memoria colectiva de nuestra especie. Eso fue precisamente lo que hizo el matemático indio Bhaskara Acharia al saber que su querida hija Lilavati nunca podría dejar un linaje propio, esta es su historia:
Al nacer Lilavati, su padre consultó a los astrólogos para conocer el futuro de la recién nacida. Según el horóscopo, Lilavati nunca se casaría.
No conforme con aquella predicción, Bhaskara Acharia prescindió del servicio de otro astrólogo quien le dio instrucciones muy estrictas de lo que debía hacer para cambiar el destino de la infortunada Lilavati. La joven tendría una única oportunidad para conseguir el casamiento, pero no podía dejar pasar una hora prefijada.
Las cosas marchaban muy bien y, pasado un tiempo, un joven de buen linaje pidió a Bhaskara la mano de su hija. La fecha y horas fueron fijadas, de celebrarse en el momento exacto, el destino de Lilavati sería burlado y la joven alcanzaría la felicidad. De no celebrarse la boda en el momento acordado, la joven pronto enviudaría, y dado a las costumbres de su país, nunca más podría volver a casarse.
Para evitar un fatídico desenlace, Bhaskara hizo uso de una especie de reloj de agua. Colocó un cilindro en el interior de un recipiente con agua. El cilindro tenía una pequeña abertura por donde entraba el agua, así el cilindro se hacía más pesado a medida que el líquido lo inundaba hasta que finalmente se hundía en el recipiente, Justo en el momento programado. Pero, las cosas no siempre salen como se planifican y pese a que Bhaskara le advirtió a Lilavati de que no se acercara al dispositivo, la curiosidad pudo más que ella. Lilavati se acercó a mirar el artilugio y una perla del zarcillo que llevaba en su nariz cayó accidentalmente en el cilindro, obstruyendo el orificio, y por tanto, modificando el conteo. El casamiento ocurrió fuera del tiempo fijado y Lilavati pronto enviudó. Para consolar a su hija, el matemático indio escribió un libro de aritmética que llamó Lilavati. Así, el nombre de aquella joven, que no pudo dejar descendencia, sería recordado más allá de cualquier linaje. Bhaskara Acharia no se equivocó, el nombre de Lilavati aún perdura y se recordará mientras exista alguien que se dedique al oficio de contar.
No conforme con aquella predicción, Bhaskara Acharia prescindió del servicio de otro astrólogo quien le dio instrucciones muy estrictas de lo que debía hacer para cambiar el destino de la infortunada Lilavati. La joven tendría una única oportunidad para conseguir el casamiento, pero no podía dejar pasar una hora prefijada.
Las cosas marchaban muy bien y, pasado un tiempo, un joven de buen linaje pidió a Bhaskara la mano de su hija. La fecha y horas fueron fijadas, de celebrarse en el momento exacto, el destino de Lilavati sería burlado y la joven alcanzaría la felicidad. De no celebrarse la boda en el momento acordado, la joven pronto enviudaría, y dado a las costumbres de su país, nunca más podría volver a casarse.
Para evitar un fatídico desenlace, Bhaskara hizo uso de una especie de reloj de agua. Colocó un cilindro en el interior de un recipiente con agua. El cilindro tenía una pequeña abertura por donde entraba el agua, así el cilindro se hacía más pesado a medida que el líquido lo inundaba hasta que finalmente se hundía en el recipiente, Justo en el momento programado. Pero, las cosas no siempre salen como se planifican y pese a que Bhaskara le advirtió a Lilavati de que no se acercara al dispositivo, la curiosidad pudo más que ella. Lilavati se acercó a mirar el artilugio y una perla del zarcillo que llevaba en su nariz cayó accidentalmente en el cilindro, obstruyendo el orificio, y por tanto, modificando el conteo. El casamiento ocurrió fuera del tiempo fijado y Lilavati pronto enviudó. Para consolar a su hija, el matemático indio escribió un libro de aritmética que llamó Lilavati. Así, el nombre de aquella joven, que no pudo dejar descendencia, sería recordado más allá de cualquier linaje. Bhaskara Acharia no se equivocó, el nombre de Lilavati aún perdura y se recordará mientras exista alguien que se dedique al oficio de contar.
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